Los Hermanos Matosas Postiglione, Roberto y Luis.
Gustavo (sobrino) y Luis Matosas (tío)
Me crié con los dos hermanos Matosas Postiglione mayores. Luisito llegó al mundo mucho después. Roberto y Pedrito nacieron en el Mondongo, vecindad del Oeste de la ciudad, caracterizada a la altura de las calles Careaga y Rivera por las extrañas fincas donde vivían los integrantes del clan farináceo. El edificio de la Panadería paterna también exhibía el mismo estilo sobrecogedor. Una versión nacional del Art. Nouveau del arquitecto catalán Gaudí que el abuelo Matosas había admirado en la Cataluña natal y que luego trasladó con sus hábiles y nostalgiosas manos de inmigrante joven a la sucesión de viviendas y fachadas que construyó por las cercandanzas del barrio.
Esculturas que parecían soltarse de las paredes murales, relieves de paisajes bucólicos con simbologías judeocristianas y medioevales, relieves zoomórficos y vegetarianos con cuidadosos tratamientos artesanales en extensos mostruarios cromáticos. Se definía de esa manera un conjunto de padrones fuera del contexto urbanístico más inmediato.
Por el 53 los Matosas se trasladaron a mi barrio, haciéndose cargo de “La Americana” en la calle Sánchez casi Varela, el establecimiento industrial de panificación fundado por un Señor de apellido Picaso el que, seguramente, no tenía nada que ver con el malagueño genial.
Surgió una linda amistad, reforzada con Pedrito porque éramos además condiscípulos en la escuela No.4 “Gral Artigas”.
Jugábamos al Banquero, un juego de dados para la compra y venta especulativa de propiedades inmobiliarias con sistemas incluidos de financiación monetaria. Un juego extemporáneo por precoz. Tendría que tener más vigencia hoy que en aquellos días de mayor romanticismo, más para esta época de “patrias financieras”.Roberto se mostraba frío y calculador en sus “compras” lúdicas y acertadas “inversiones “. Después era capaz de transferir esos rasgos del comportamiento a la función de No.5 en los entreveros del baldío municipal contiguo a la sede del Club Bristol por calle Ferrería entre las de Ituzaingó y Artigas. Allí también se entreveraba Pablo Forlán que jugó junto a Roberto en la Primera de Peñarol capitalino, procedentes ambos de los bristolenses mercedarios, el que a su vez es padre del as actual, el internacional Diego Forlán.
El básquetbol también atrajo a Robertito mostrándose igualmente hábil, siempre en función de parco conductor, dueño del orden colectivo mas por sapiencia natural que por delicioso temperamento directriz, favor de otros emergentes líderes juveniles de su promoción, caso del actual Sub Ministro de Seguridad Social, el Dr. Jorge Bruni, que embocaba dobles en el Independiente cesteril y al que llamaban el “Canario”.
Manejaba el mayor de los Matosas como ninguno el lenguaje del silencio, convenciendo por talento. De hablar quedo, al hacerlo era tan milimétrico y perspicaz en el fraseo como podían ser los balones suyos puestos con precisión inalterable en la punta del botín del compañero. Quizás cinco centímetros antes para que no hubiese rezagos en el acomodo del perfil.
Ya con fama lugareña debió enfrentar un dilema doloroso. Fútbol o básquetbol. Si se enrolaba en el profesionalismo del balompié quedaba de por vida inhabilitado por imposición reglamentaria para el baloncesto amateur de aquellos años, finales de la década del 50. Prefirió el fútbol.
Marcó hitos mayores de una trayectoria ejemplar y recordable en lo técnico y en lo conductual. Peñarol de Montevideo, River Plate de Buenos Aires -que pagó la cifra record y asombro en el Río de la Plata de 30 millones- la selección uruguaya y primeros clubes mejicanos.
Entre grandes, fue grande…y distinto.Y eso que tuvo a rivales como Pelé, Tostao, Carlos Alberto, Jairzinho y otras estrellas con las cuales formó galaxias para los astrónomos observadores de la perfección futbolística.
Ajeno a las conflictividades de las trifulcas –con autodominio ético y profesional- sólo dispensó las lecciones de su exclusiva oferta deportiva que fue admirada con juicios unánimes por esa dimensión tan suya de la honestidad atlética que colide con esas axiologías a contra flecha, tan perniciosas del machismo pendenciero que enferma hoy al fútbol de promiscuidad.
Fue preciso y sutil en lo individual. Estratega mayor de diez posiciones en la táctica. Habrá jugado regular alguna vez, nunca mal. El ancestro catalán, merced de su genealogía, le concedió prolijidad, voluntad y fe. Se sumaron las creatividades del abuelo artista y la disciplina paterna de Don Roberto viejo, potenciada en la cuadra panaderil que regala día a día la cocción fueguina del alimento sagrado. También la musicalidad de su elegante melodía deportiva, suponemos, advenía de los Postiglione de doña Hilda, la mamá, valiosos barones del arte ceciliano iluminado con alcurnias italianas. Así se conformó su personalidad, paradigmática como pocas. Por eso siempre recordable.
Reside en los EE.UU, previo pasaje por Méjico, en la conducción de niños y adolescentes junto a los Grandes Lagos de la frontera canadiense, proponiendo una certeza pedagógica que lo apasiona, intuida y adquirida en las canchas del mundo, luego enriquecida en estudiosos académicos. Cree que la capacidad intelectual no es un volumen estanco para toda la vida. Se puede cultivar con tecnologías apropiadas. Más importante que la herencia es la educación sin entrar en falsas oposiciones, respetando la afinidad complementaria y vinculante de la entelequia.
En eso está pues Roberto, el mercedario, que dos semanas atrás volvió a la ciudad del natalicio para estimular y animar sobre el desarrollo de la inteligencia a plateas estudiantiles ávidas.
Con menos años, Luis, el menor de los tres hermanos, creció en la admiración del crack fraterno. Muy cercana en lo afectivo por imperio de los lazos de la sangre común, y ciertamente lejana en lo geográfico por la diáspora familiar que impusieron las respectivas carreras profesionales.
No nació Luisito golero. Se hizo por estudio, recibiéndose como el mejor de la ciudad que le dio el titularato en ciclos de selección. Jovenzuelo, le gustó mas dirigir que jugar cuando aún conservaba muchos años para calzar guantes y buzos acolchados. Como Roberto también hubo de hacer su opción. ¿Jugador o Entrenador? A Roberto le fue muy bien en la suya.Luis aún aguarda mejores resultados pese a que ya dirigió una selección Sub uruguaya en el Caribe; es maestro en los Cursos de OFI; “Assistent Coach” de su sobrino Gustavo Matosas, hijo de Roberto, campeón sudamericano volante con la selección nacional junto a Francéscoli , Sosita, Alzamendi y otros cracks en la final de Buenos Aires frente a Chile. Fue titulado Campeón Uruguayo el año pasado con Danubio F.C, entrenando en dupla el sobrino y el tío asistiendo a los maroñenses. Ahora pasa por un momento de sufrimiento con un pálido Peñarol, donde los parientes comparten la suprema responsabilidad de entrenamiento del popular club mirasol.
Luis eligió, me parece, muy joven ser Entrenador y muy velozmente le dieron en Mercedes la selección liguera en mérito a sus profundos conocimientos escolásticos y dedicación vocacional, casi en el límite de la pasión irracional.
Tenía la edad de sus pupilos y eso en el fútbol es riesgoso. En determinadas instancias, el dirigido, apretado por las circunstancias contingentes de un partido o de un campeonato mal aspectado, necesita, antes que el consejo de un par generacional, el grito grave y rudo de un padre embravecido. Se le veía como un hermanito.
Pese a éxitos clubísticos en el nivel regional, no ha sido tocado demasiado por la explosión que se santifica en el colorido de las vueltas olímpicas. Ha estado varias veces cerquita, casi a distancia de una pestañada…pero ha dado varias.
Enseñó por acción generosa, directa o refleja, el diccionario del entrenamiento científico a muchos colegas que descubrieron gracias a su magisterio, las premisas básicas de una unidad de aprendizaje, de una pre temporada, de las secuencias de una clase con estaciones, de la visión para distribuir según individualidades las cargas. Preparó en el bargueño de su ilustración, el elixir del que otros bebieron libando de la Copa que a él tantas veces se le negó. No obstante puede decir como Gorgias cuando se despedía de sus alumnos desde la magnífica parábola de José Enrique Rodó:
-Bebamos…por quien me venza con honor en vosotros!
Hace años que no veo a Roberto.
Dos por tres me encuentro con Luisito en Montevideo, barrio del Cordón, oportunidad en que me ha dicho:
- Llegó mi hora Charo….tengo más edad. Soy padre y no mero hermanito.
- ¡Suerte, Maestro!, se la merece por la voluptuosidad de su vocación.
Esculturas que parecían soltarse de las paredes murales, relieves de paisajes bucólicos con simbologías judeocristianas y medioevales, relieves zoomórficos y vegetarianos con cuidadosos tratamientos artesanales en extensos mostruarios cromáticos. Se definía de esa manera un conjunto de padrones fuera del contexto urbanístico más inmediato.
Por el 53 los Matosas se trasladaron a mi barrio, haciéndose cargo de “La Americana” en la calle Sánchez casi Varela, el establecimiento industrial de panificación fundado por un Señor de apellido Picaso el que, seguramente, no tenía nada que ver con el malagueño genial.
Surgió una linda amistad, reforzada con Pedrito porque éramos además condiscípulos en la escuela No.4 “Gral Artigas”.
Jugábamos al Banquero, un juego de dados para la compra y venta especulativa de propiedades inmobiliarias con sistemas incluidos de financiación monetaria. Un juego extemporáneo por precoz. Tendría que tener más vigencia hoy que en aquellos días de mayor romanticismo, más para esta época de “patrias financieras”.Roberto se mostraba frío y calculador en sus “compras” lúdicas y acertadas “inversiones “. Después era capaz de transferir esos rasgos del comportamiento a la función de No.5 en los entreveros del baldío municipal contiguo a la sede del Club Bristol por calle Ferrería entre las de Ituzaingó y Artigas. Allí también se entreveraba Pablo Forlán que jugó junto a Roberto en la Primera de Peñarol capitalino, procedentes ambos de los bristolenses mercedarios, el que a su vez es padre del as actual, el internacional Diego Forlán.
El básquetbol también atrajo a Robertito mostrándose igualmente hábil, siempre en función de parco conductor, dueño del orden colectivo mas por sapiencia natural que por delicioso temperamento directriz, favor de otros emergentes líderes juveniles de su promoción, caso del actual Sub Ministro de Seguridad Social, el Dr. Jorge Bruni, que embocaba dobles en el Independiente cesteril y al que llamaban el “Canario”.
Manejaba el mayor de los Matosas como ninguno el lenguaje del silencio, convenciendo por talento. De hablar quedo, al hacerlo era tan milimétrico y perspicaz en el fraseo como podían ser los balones suyos puestos con precisión inalterable en la punta del botín del compañero. Quizás cinco centímetros antes para que no hubiese rezagos en el acomodo del perfil.
Ya con fama lugareña debió enfrentar un dilema doloroso. Fútbol o básquetbol. Si se enrolaba en el profesionalismo del balompié quedaba de por vida inhabilitado por imposición reglamentaria para el baloncesto amateur de aquellos años, finales de la década del 50. Prefirió el fútbol.
Marcó hitos mayores de una trayectoria ejemplar y recordable en lo técnico y en lo conductual. Peñarol de Montevideo, River Plate de Buenos Aires -que pagó la cifra record y asombro en el Río de la Plata de 30 millones- la selección uruguaya y primeros clubes mejicanos.
Entre grandes, fue grande…y distinto.Y eso que tuvo a rivales como Pelé, Tostao, Carlos Alberto, Jairzinho y otras estrellas con las cuales formó galaxias para los astrónomos observadores de la perfección futbolística.
Ajeno a las conflictividades de las trifulcas –con autodominio ético y profesional- sólo dispensó las lecciones de su exclusiva oferta deportiva que fue admirada con juicios unánimes por esa dimensión tan suya de la honestidad atlética que colide con esas axiologías a contra flecha, tan perniciosas del machismo pendenciero que enferma hoy al fútbol de promiscuidad.
Fue preciso y sutil en lo individual. Estratega mayor de diez posiciones en la táctica. Habrá jugado regular alguna vez, nunca mal. El ancestro catalán, merced de su genealogía, le concedió prolijidad, voluntad y fe. Se sumaron las creatividades del abuelo artista y la disciplina paterna de Don Roberto viejo, potenciada en la cuadra panaderil que regala día a día la cocción fueguina del alimento sagrado. También la musicalidad de su elegante melodía deportiva, suponemos, advenía de los Postiglione de doña Hilda, la mamá, valiosos barones del arte ceciliano iluminado con alcurnias italianas. Así se conformó su personalidad, paradigmática como pocas. Por eso siempre recordable.
Reside en los EE.UU, previo pasaje por Méjico, en la conducción de niños y adolescentes junto a los Grandes Lagos de la frontera canadiense, proponiendo una certeza pedagógica que lo apasiona, intuida y adquirida en las canchas del mundo, luego enriquecida en estudiosos académicos. Cree que la capacidad intelectual no es un volumen estanco para toda la vida. Se puede cultivar con tecnologías apropiadas. Más importante que la herencia es la educación sin entrar en falsas oposiciones, respetando la afinidad complementaria y vinculante de la entelequia.
En eso está pues Roberto, el mercedario, que dos semanas atrás volvió a la ciudad del natalicio para estimular y animar sobre el desarrollo de la inteligencia a plateas estudiantiles ávidas.
Con menos años, Luis, el menor de los tres hermanos, creció en la admiración del crack fraterno. Muy cercana en lo afectivo por imperio de los lazos de la sangre común, y ciertamente lejana en lo geográfico por la diáspora familiar que impusieron las respectivas carreras profesionales.
No nació Luisito golero. Se hizo por estudio, recibiéndose como el mejor de la ciudad que le dio el titularato en ciclos de selección. Jovenzuelo, le gustó mas dirigir que jugar cuando aún conservaba muchos años para calzar guantes y buzos acolchados. Como Roberto también hubo de hacer su opción. ¿Jugador o Entrenador? A Roberto le fue muy bien en la suya.Luis aún aguarda mejores resultados pese a que ya dirigió una selección Sub uruguaya en el Caribe; es maestro en los Cursos de OFI; “Assistent Coach” de su sobrino Gustavo Matosas, hijo de Roberto, campeón sudamericano volante con la selección nacional junto a Francéscoli , Sosita, Alzamendi y otros cracks en la final de Buenos Aires frente a Chile. Fue titulado Campeón Uruguayo el año pasado con Danubio F.C, entrenando en dupla el sobrino y el tío asistiendo a los maroñenses. Ahora pasa por un momento de sufrimiento con un pálido Peñarol, donde los parientes comparten la suprema responsabilidad de entrenamiento del popular club mirasol.
Luis eligió, me parece, muy joven ser Entrenador y muy velozmente le dieron en Mercedes la selección liguera en mérito a sus profundos conocimientos escolásticos y dedicación vocacional, casi en el límite de la pasión irracional.
Tenía la edad de sus pupilos y eso en el fútbol es riesgoso. En determinadas instancias, el dirigido, apretado por las circunstancias contingentes de un partido o de un campeonato mal aspectado, necesita, antes que el consejo de un par generacional, el grito grave y rudo de un padre embravecido. Se le veía como un hermanito.
Pese a éxitos clubísticos en el nivel regional, no ha sido tocado demasiado por la explosión que se santifica en el colorido de las vueltas olímpicas. Ha estado varias veces cerquita, casi a distancia de una pestañada…pero ha dado varias.
Enseñó por acción generosa, directa o refleja, el diccionario del entrenamiento científico a muchos colegas que descubrieron gracias a su magisterio, las premisas básicas de una unidad de aprendizaje, de una pre temporada, de las secuencias de una clase con estaciones, de la visión para distribuir según individualidades las cargas. Preparó en el bargueño de su ilustración, el elixir del que otros bebieron libando de la Copa que a él tantas veces se le negó. No obstante puede decir como Gorgias cuando se despedía de sus alumnos desde la magnífica parábola de José Enrique Rodó:
-Bebamos…por quien me venza con honor en vosotros!
Hace años que no veo a Roberto.
Dos por tres me encuentro con Luisito en Montevideo, barrio del Cordón, oportunidad en que me ha dicho:
- Llegó mi hora Charo….tengo más edad. Soy padre y no mero hermanito.
- ¡Suerte, Maestro!, se la merece por la voluptuosidad de su vocación.
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