sábado, 10 de noviembre de 2007

Historias de una sola.






Lejos me encontraba aún del tiempo en que pretendería intelectualizar el deporte vía periodismo, buscando respuestas a los misterios de su pasión. No sé si luego pude develarlos aunque más no fuera en mezquina aproximación. Nada sabía entonces sobre postulados de “performance” cuando se utilizan las posibilidades físicas al límite.; ni esa condición de “gratuidad” como gran motivación no utilitaria de la conducta. Menos que la “performance” puede degenerar en la alienación del “recordismo” desintegrador de las rica y compleja unidad del ser. Y esa gratuidad es profesionalismo consumista.
Cuandoi lo supe, apenas fragmentariamente, sentí tristeza.
No es buen descifrar la poesía del mito con el destape del conocimiento. Las ignortancias protegen los gratificantes hedonismos de las felicidad. Desde Adán hacia delante.
Era la época infanto juvenil de los iniciales pininos detrás de una pelota por el mero placer lúdico de gastar y sublimar energías en mi adolescente y próspero reservorio corporal; tiempos de prueba y reafirmación frente a los gurises del barrio común, de ricas experiencias en el supremo goce estético y emocional afín a la intransferible palpitación que implota un golazo en el aquelarre mágico del campito, democrática asamblea de principiantes y de veteranos que conservan el jugo.
Me reconocía como un exhausto marinero de larga travesía en el sagrado momento de ir a puerto, “du sport”; en mi caso, impulsión de todos los días tras la torturante penitencia cotidiana de la concurrencia escolar. Entreveros, magulladuras sin parte médico ni clínica, ingreso en el baby y después el fichaje por el único club que defendí en la Liga mayor. El largo pasaje por la selección departamental en un ciclo al que fatalmente le alcanzó el resplandor tenue del inevitable ocaso al sobrevenir las primeras señales del declive, marchitas las habilidades que alguna vez fueron el orgullo de mis habilidades polivalentes. El periodismo fue el revitalizador puente de continuidad y de permanencia con el deporte para mitigar las más dolientes nostalgias del retiro.
Las gacetillas de prensa o el micrófono radial me obligaron a un estilo sociológico, a la moda protestataria de los años 60, eunuca de alegrías y humores, para eludir, como antes a un rival dificil, con el regate diferente y personal, al colega que trabajase en otro medio. O a ese recetario de lugares comunes, marca registrada en general que desvaloriza a los periodistas deportivos:”Las defensas superaron a los ataques”.”Quiere tocar el cielo con las manos”.”El habitual cancerbero se fue como un carrillero por su sector izquierdo”.¡Cúanta tontería repetida hasta el hartazgo!…
La cosmética de las frases escritas, los bizantinismos de campanario y voz radiofónica en falsetes con do de pecho, atrajeron afectos y adhesiones al mensaje, pero exiliaron también unanimidades de oídos y ojos molestos por la novación.. Y fui buceando, sin ya jugar, en los secretos de las canchas y en las estrategias de la captación mediática. Me acerqué a las profundidades con equipaje inadecuado, alejándome de las fuentes.
Se anemizó el romanticismo original, incubado en la canchita de las travesuras que me había regalado la varita de Merlín y y los encontronazos Panzer que retumbaban más allá de las esquinas y necesariamente portaban el valor agregado de la risa burlona hacia el caído, futuro victimario en pos de una venganza virtual. Fui perdiendo sensibilidad dionisíaca con ganancia apolínea. Ya los goles convertidos por otros no producían orgasmos de emoción.
Las redes y arcos de antaño, quedaron sin chutazos hogaño.
Ahora quiero volver a vivir. Re-nacer. Quiero purificarme. Retornar en metempsicosis conmigo mismo. Con la bondad del natalicio, cual si hijo de Rousseau.Allá voy……
La Inteligencia Emocional.
El fútbol descubrió mucho antes que la Psicología de Harvard, la inteligencia emocional. Mucho antes que Goleman.
Antonio nunca fue a la escuela, si apenas terminó el Segundo Año. ¿Quién le enseñó en su Artigas Fútbol Club el momento adecuado para ponerle acelerado al ritmo de un partido o detenerlo si en el horno de la cancha el amaqsijo era ajeno?
Obdulio, Jefe, dio la clase magistral e impacientó con la pelota debajo del brazo a cien mil ansiosos brasileños en Maracaná.
La inteligencia no es el test de Bidet-Simón que congela la capacidad de resolver situaciones nuevas en el forzoso eje evaluatorio de los cien puntos. Medida fría, estática, de una fijeza inconmovible.El fútbol, puede ser el básquetbol o el volibol,es cantera de ricos yacimientos emocionales, que ponen en evidencia toques de sutilezas en quien posee auténtica inteligencia integrada, a la que agrega, sensibilidad ordenadora de sus acciones u omisiones cuand la antenas de la afectividad y sus correspondientes “sensaciones térmicas” captan las cargas sutiles que friccionan y generan inferencias en el ambiente. Se adelanta a asumirse un segundo antes que el clima de los androides está espeso.Sin esa última virtud de pòc sirve la inteligencia. Es solo proyecto interpretativo neutro, vacuo y tardío.De nada vale la emoción en soledad, susceptible de desastres en trance de pasión irreflexiva junto a otros.
En Mercedes, supongo que también en Melo y en San José, tenemos el más completo “casting” de caracteres deportivos.
Rodolfo, el hijo del “Pistón” Fúnez, juega un partido y espera cinco por habituales sentencias suspensivas del Tribunal de Penas. Cualquiera, más vivo, lo hace engranar. Y engrana por la tumultuosa influencia de su temperamento alucinado. Vive echado, candidato permanente de las rojas del referí.. Leonardo parece ser hijo de esquimales por la frialdad de su estilo. Es muy avispado, fino, y adora la simpleza virtuosa del menor esfuerzo cual economicista del fútbol. Cuando hay que sacarse los ponchos-que en el infierno no hace frío-no podrás encontrarlo jamás. Vino al mundo sin fuego radiante y menos ardiente. Con él no ganarás nunca una final.
Antonio, oh Antonio. ¡Qué jugador! Tiene quizás dificultades técnicas, pero siempre las reconvierte en eficacia. Si la descarga debe hacerse por el medio, el balón hacia allí lo impulsará. Si la sensación térmica baja o sube, el se proveerá de un paraguas o de un ventilador, según corresponda, secretamente ocultos en su esmirriado envase corporal.
Rodolfo apena.
Leonardo vegeta.
Antonio ¡vive! Sustentado por su inteligencia emocional.¡Y es un gran Campeón!

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