domingo, 7 de diciembre de 2008

Epitafio Desmesurado para un Poeta...y para un Político.


Miguel Hernández con su uniforme republicano en la Guerra Civil española.

Por 1935-36 el egregio poeta de Orihuela, Miguel Hernández (1910-1942), dedicó al más romántico de los líricos uruguayos, Julio Herrera y Reissig, nacido en 1875, el “Año Terrible” del Uruguay, y fallecido el mismo año del nacimiento del español, un poema de confesas empatías titulado “Epitafio desmesurado a un poeta”.
Se ha dicho que en nuestro idioma, nadie ha hecho una elegía tan sublime a un colega como es la de Miguel a Julio, dandy y morfinómano de la montevideana“Torre de los Panoramas”.Quizás, supongo yo, Ruben Darío a Walt Whitman o a Paul Verlaine en su “Responso” al que consideró ”padre y maestro mágico/ liróforo celeste / que a la siringa agreste /y al instrumento olímpico /diste tu acento encantador"...podría acercarse y compararse en literaturalidad. Sólo lo supongo.
Miguel fue niño campesino, pastor de ovejas, autodidacta y luego comprometido vate y combatiente en la Guerra Civil de su país en filas republicanas. Murió finalizada la monstruosa contienda fraticida en 1942, tras los padecimientos sufridos en la cárcel de Alicante, a los 31 años de edad, fatalidad que frenó un proyecto lírico hasta entonces ya consumado en las máximas alturas del Parnaso.
Recientemente del poema “Epitafio desmesurado de un poeta” se extrajeron célebres versos, para desblindar de habituales espaldarazos mediáticos y de mayúsculas adhesiones urnarias populares mediante el voto, la figura de un cuasi candidato presidencial, ex ministro agrario, y situarlo por una responsable de la acusación- a su vez militante del propio frente político del censurado- señalándo la opinante la incapacidad como gobernante ejecutivo del hoy senador.
-“Quiso ser trueno y se quedó en sollozo”, fue la impactante imagen seleccionada para sustentar el “yo acuso”, con claras reminiscencias zolianas, en la última edición de Voces del Frente, órgano afín a la proclamada ideología gobernante.
La fuerza del verso disparador, creo, merece también evocarla dentro de su estructura global, pese a que de por sí, ya es un poema total. Veámoslo:

EPITAFIO DESMESURADO A UN POETA.
Nata del polvo y su gente
y nata del cementerio,
verdaderamente serio yace,
verdaderamente.
No sé si en su hirviente frente,
manicomio y calabozo,
aún resplandece algún trozo
del relámpago bermejo
que enloqueció en su entrecejo.
Quiso ser trueno y se quedó en sollozo.
Fue una rueda solitaria
hecha con radios de amor,
y a la luna y al dolordaba una vuelta diaria.
Un águila sanguinariale picó cada sentido,
que aventado y esparcido
de un avaricioso modo
llevaba del cuerpo a todo.
Quiso ser trueno y se quedó en gemido.
Trueno de su sepultura sea,
y del polvo y del cieno,
éste que tuvo de truenos
sangre, pasión y locura.
La espuma de su figura,
hasta perder el aliento,
hizo disparos de viento
con sangre de cuando en cuando.
¿Sigue su polvo sonando?
Quiso ser trueno y se quedó en lamento.

Miguel Hernández.

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