jueves, 22 de noviembre de 2018

Falleció Doña Luisa Cuesta.




Y ocurrió a los extensos 98 años. Aunque más largo es el dolor. Cargando un duelo ferviente que no hubo tumba para Nebio, hijo del supremo cariño generatriz que hallarlo fue su razón existencial. Sola o acompañada de almas gemelas. El desconsuelo incrustado en la tenacidad de la lucha, de la fe, infatigable gesta sacra de esta madre serena y amorosa, heroína recia de nuestros tiempos convulsos. Puede ser, acaso , cerrado y abierto el inconcluso transcurrir vital en la representación fúnebre del re-encuentro extra dimensional.
-“Muero porque no me muero”, lloraba el místico San Juan de la Cruz. 
Deben ser intransferibles las rupturas del círculo cósmico de nacimiento, vida y funeral, sin que las probanzas de ninguna carga se empecinen tanto en el aliento de una esperanza luego trocada en cruel desilusión y padecimientos renovados. O en pausa para reanudar el reciclado peregrinaje, coraje supremo siempre en ristre.
Imaginamos que doña Luisa se ganó para sí la veracidad del eterno aforismo trascendente y teogonal:
-”El que pierda la vida la hallará”. Ojalá. Para verse juntos finalmente, Nebio y su augusta progenitora.¡Sea! 

Mi pésame a los familiares de Mercedes de donde Luisa y Nebio eran nativos – inseparables ahora y todavía más- en esa alianza de máximos misterios cuando evoco, en un golpe de memoria compungida, la adolescencia compartida con Nebio y con Winston -su compadre de iniciales idealismos de profundos dramatismos- en las comunes callejuelas coterráneas y en el río mágico de la ciudad coqueta, aún ignorante de las acechanzas que la conmoverían.
Que en paz descansen, ya, los dos y los pétalos esparzan sus fragancias que perfumen para todos una nueva vida.

No hay comentarios: