No me Vengan con Bonsáis...que Quiero Justicia en la Selva.
Dice Juana de Ibarbourou que le tiene “piedad a la higuera, porque es áspera y fea”.
Yo, sin la sensibilidad de la melense americana, pero viviente al fin, le tengo alguna lástima a los árboles bonsai.
Se trata de esos arbolillos a los que se les ha practicado una reducción en su porte a través de secretos milenarios, hoy ya muy conocidas las manipulaciones de jibarización . Mantienen no obstante el análogo aspecto exterior casi en el grado del milagro; pero su escala real se ha disminuido al punto de poder estar colocados comodamente en una bandeja ornamental interior al hogar, pese a que en estado natural pueden ser orginariamente de especies gigantescas.
Vendrá a mi un monje taoísta y manteniendo toda la calma de su filosofía ancestral y arcana, me dirá que desconozco rituales y simbologías de ese encanto pontificio entre el cielo y la tierra que encierra y conlleva el arte de los bonsáis.
Le diré, simplemente, ¡Muchas Gracias , señor! Sin embargo muy difícil será que me convenza. Y no porque sea un pusilánime, ni menos un terco resistente a convicciones ajustadas y precisas.
Es que en mi país, en mi Uruguay nativo, no me importa que hagan un bonsái de un espinillo, de un algarrobo o de un tala. Son fuertes. Resistentes al régimen de circulación de los vientos del norte y de pamperadas , temperaturas extremas, sequías e inundaciones.
Los ciclones y anticiclones de la penillanura los han hecho espinudos y escabrosos, donándose de coberturas leñosas para entregar brasas rojas al asador parrillero, calientes y cálidas. No nos importa si no ofrecen el tributo de tablas ricas para la ebanería carpinteril del lujoso living comedor de la ciudad metropolitana.
¡En mi país ya está siendo bonsái la gente! Hay artistas en ese arte, arte prostituido porque nació para vegetales y no para ser transferido a humanos.
Es injusto.
Muy injusto.
Los niños nacieron para crecer en todo su esplendor. Sin enanismos físico somáticos e intelectuales.
No pueden quedarse en la evasión siniestra de la pasta base del cadáver potencial. Chiquitos y esmirriados. Consumida su mente. Sin escuelas ni liceos solventes.
Los adultos crecieron para trabajar, ganadores de vueltas olímpicas con el trofeo del pan, podium del sudor de la frente recta. Resulta injusto y conmovedor: No pueden quedarse con su alimento , que el parásito invicto se los llevó desde un infame arrebato creciente e impune.Y a veces no sólo el pan, sino también y para siempre, el corazón que lo ganó mediante sudores en los placeres del trabajo digno y honrado.
Se nació para trabajar. No para vivir de la mendicidad indignante y oficialesca, batida y tergiversada como asistencia a la iniquidad.
No es justo.
Es injusto.
No me gustan los bonsáis. Y tampoco debo quedarme con una higuera áspera y fea.
Quiero jóvenes sanos.
Adultos seguros y defensos.
Ancianos viviendo la beatitud de su edad provecta.
Qué retorne la Justicia, clemente y pura.
Yo, sin la sensibilidad de la melense americana, pero viviente al fin, le tengo alguna lástima a los árboles bonsai.
Se trata de esos arbolillos a los que se les ha practicado una reducción en su porte a través de secretos milenarios, hoy ya muy conocidas las manipulaciones de jibarización . Mantienen no obstante el análogo aspecto exterior casi en el grado del milagro; pero su escala real se ha disminuido al punto de poder estar colocados comodamente en una bandeja ornamental interior al hogar, pese a que en estado natural pueden ser orginariamente de especies gigantescas.
Vendrá a mi un monje taoísta y manteniendo toda la calma de su filosofía ancestral y arcana, me dirá que desconozco rituales y simbologías de ese encanto pontificio entre el cielo y la tierra que encierra y conlleva el arte de los bonsáis.
Le diré, simplemente, ¡Muchas Gracias , señor! Sin embargo muy difícil será que me convenza. Y no porque sea un pusilánime, ni menos un terco resistente a convicciones ajustadas y precisas.
Es que en mi país, en mi Uruguay nativo, no me importa que hagan un bonsái de un espinillo, de un algarrobo o de un tala. Son fuertes. Resistentes al régimen de circulación de los vientos del norte y de pamperadas , temperaturas extremas, sequías e inundaciones.
Los ciclones y anticiclones de la penillanura los han hecho espinudos y escabrosos, donándose de coberturas leñosas para entregar brasas rojas al asador parrillero, calientes y cálidas. No nos importa si no ofrecen el tributo de tablas ricas para la ebanería carpinteril del lujoso living comedor de la ciudad metropolitana.
¡En mi país ya está siendo bonsái la gente! Hay artistas en ese arte, arte prostituido porque nació para vegetales y no para ser transferido a humanos.
Es injusto.
Muy injusto.
Los niños nacieron para crecer en todo su esplendor. Sin enanismos físico somáticos e intelectuales.
No pueden quedarse en la evasión siniestra de la pasta base del cadáver potencial. Chiquitos y esmirriados. Consumida su mente. Sin escuelas ni liceos solventes.
Los adultos crecieron para trabajar, ganadores de vueltas olímpicas con el trofeo del pan, podium del sudor de la frente recta. Resulta injusto y conmovedor: No pueden quedarse con su alimento , que el parásito invicto se los llevó desde un infame arrebato creciente e impune.Y a veces no sólo el pan, sino también y para siempre, el corazón que lo ganó mediante sudores en los placeres del trabajo digno y honrado.
Se nació para trabajar. No para vivir de la mendicidad indignante y oficialesca, batida y tergiversada como asistencia a la iniquidad.
No es justo.
Es injusto.
No me gustan los bonsáis. Y tampoco debo quedarme con una higuera áspera y fea.
Quiero jóvenes sanos.
Adultos seguros y defensos.
Ancianos viviendo la beatitud de su edad provecta.
Qué retorne la Justicia, clemente y pura.
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