lunes, 15 de febrero de 2010

Carrus Navalis en Montevideo... y en Ibiza con el uruguayo Milo.


Milo Ferreira Perroni, el mercedario del Barrio “Grito de Asencio", ahora residente en Ibiza, tiene pasión por el Carnaval.
En el Uruguay todo el año lo es. Se desarrolla en febrero-marzo, cuando los pintados con cosmética multicolor se largan a las calles y tablados.
No obstante en los meses restantes se le aguarda recogiendo ideas para el próximo y en el trimestre previo comienzan los ensayos en el encierro barrial de vinerías, guisos o algún chorizo a las brasas que, más que ir al estómago, van a la hormonas que afianzan las amistades de los coreutas , la prima voz y los prodigiosos bateristas que son capaces de generar melodías a pura lonja percutida, algo que parece al decirse un oximoron musical.
Toda una cofradía al servicio de la alegría y de la crítica entre mordaz y humorística.
Salió Milo en varias temporadas donde Mercedes era una fiesta bacanal. Altísimo, con el disfraz de ampulosas espaldas propias junto con las expansivas hombreras y su astigmatismo de lentes gruesos, se destacaba ante observadores como un mariscal en el “ejército de los húsares de Momo”, parafraseando a Jaime.
Aunque en este febrero, como ya le ocurrió en el anterior, Milo sufre. Por lo pronto soporta en las Baleares de Ibiza un invierno cruel cuando el mes de Febo Apolo en el Uruguay revienta de calor en esa antigua caldera tórrida que es la capital de Soriano. No hay brisas del Hum que valgan para inyectarle frescuras de menta a los 40 grados centígrados de la fiebre canicular.
El debe sublimar nostalgias. Como el reinado de Momo es universal en buena parte del mundo…allá va, con una cumparsa por las calles del famoso balneario internacional del turismo rico. Disfrazado de pingüino, plumífero polar de andar erecto con su permanente traje de smoking. No queda otra alternativa de camuflaje festivalero en la compulsión hibernal del crudo invierno europeo. Si aquí en Mercedes utilizase el mismo atuendo, se deshidrataría ipso facto y moriría en éxtasis.
En pleno carnaval no se muere ¡se vive! (No sé como hacían los antiguos osos de mi niñez carnavalera con su ropaje de calientes arpilleras rotosas, al igual que los “caballitos” montados en escobas robadas a las brujas y emponchados del cogote a los pies botunos ¿Es que otro era el clima en los años 40 y 50 hasta que vino el castigo perverso del cambio meteorológico?)
Milo va feliz libando una cerveza. Querría que fuese una rubicunda Pilsen, una blonda Patricia o las ex vivarachas Doble Uruguaya o Norteña.
Visto está que hay que conformarse con lo que se puede y no con lo que se quiere.
La cuestión es sublimar nostalgias ¡caray!
No se conforma quien no resigna. Si después de todo el carnaval nació en España y como en tantas cosas, la gran madrastra lo importó a su hijastro uruguayo. A principios del siglo pasado llegó a Montevideo la murga de Cádiz “La Gaditana”.
Seguramente como estaban dadas ciertas condiciones históricas en el Uruguay batllista, que también construían los blancos nacionalistas en fraternal abrazo post enfrentamientos bélicos a sangre y fuego, el hecho fue disparador para formar murgas propias. Sea ”La Gaditana que se va” y en su inmediato momento la formidable comparsa de “Los Atenienses” con aquella brillante generación estudiantil de don Ramón “Loro” Collazo y gente de la estirpe de Soliño. Por esos tiempos, desde donde hoy se levanta el mega Palacio Salvo, el pibe Gerardo Matos Rodríguez canturreaba en la pianola el himno de los tangos, honrando al carnaval:”La Cumparsita”, uruguaya para obsequiársela al mundo de polo a polo.
Milo se divierte y seguramente en la pestañada de algún instante emocional sobre el canal lacrimal de su rostro, se deslizará furtiva una gota salina en calle de Ibiza. Un instante nomás, aunque de amplia cobertura reminiscente. Después de todo Carnaval -que tiene varias acepciones etimológicas no solo es el período en que todo está permitido en esos 40 días de “carne vale” entre sí y la cuaresma que se debe cortar en la contrición de la pascua- quiere decir “carro navalis”. Los antiguos romanos, adoradores de Baco, extraían de las aguas un carro con las imágenes del Dios custodiado por ninfas púberes, efebos, sátiros y Orfeos.
A partir de allí se iniciaba la joda mayor por tres días.
Montevideo e Ibiza tienen mar por doquier.¡Cómo para no vivir la fiesta sonrisal, siempre y cuando no se la prosituya con panfletos que desfiguran esencias!

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