En el Sorianense Cantón de la Fertilidad, Salvemos Otra Vez al Devenido Sembrador Dálmata.
Está hermosa la rambla de Mercedes, como siempre. Como siempre cuando cada cosa está en su lugar, siendo el habitual del río la cota cero, el que cada tanto sale a pasear clandestinamente por las avenidas Asencio y de la Ribera, embarrando el paisaje, menoscabando propiedades, enfermando árboles, jaqueando la protectora acción de los paisajistas.
Cuando primavera y verano pactan sus alianzas de calendario, el brindis en la capital de Soriano es ramblero y los colores del prodigio recorren todo el espectro de la luz, aunque noche sea.
Las brisas del Hum aventan los excesos calóricos tras el Angelus y en cada banco ribereño un beso de amor adolescente pacta los inciales juegos de la seducción mediante los escalofríos más tibios que puedan gozarse en el hedonismo principiante del venturoso oxímoron. Divina mezcla de sensaciones tan opuestas en la unidad de los sentidos, desintegrando contradicciones que su lógica no es terrenal.
¡Qué sería Mercedes sin su río y sin su rambla! Un corralito intransigente para hibernar; y un spiedo de eterna noria canicular en el estío.
El río fue obra de Dios; la Rambla de los mercedarios en sumatoria de generaciones.Placidez para el espíritu, descanso para las fatigas y emisión irrefutable para allí sentir, sin discordias, la bondad y la belleza de la vida y de la creación en la experiencia de la soledad y sus riquezas interiores, incluido además el alborozo de los abrazos más gregarios entre foráneos y coterráneos.
Se ama colectivamente la Rambla Batlle y la Rambla Herrera, sinuoso cordel de integradas hermosuras fluviales y arquitectónicas entre el Oriente de la Plazoleta Carlos Federico Saez del cabezal pontificio y aquel Occidente del boscoso Parque Guernika.
Salmo que inspira libertad y gozos.
Por estos días está hermosísima. Cuidados con esmeros sus jardines, celo botánico y de ikebana natural por los artesanos floristas de la comuna.
La aparición anatómica de los primero bronces humanoides que ya le roban al sol sus rayos para la alquimia epidérmica de la melanina, el calcio y la vitamina D , se depositan milagrosos en los nuevos esplendores de los musculosos brazos de los efebos y dan más esbeltez helénica al busto de las ninfas y las doncellas que amamantó Nuestra Señora de las Mercedes.
Alianza del verde con la gama de los azules disputando la aurora o el ocaso la gloria del omnímodo pincel.
Sólo un lunar corregible en tantos encantos.La estatua del Segador y del Sembrador. Sobre todo la última.
Su blanca virginidad está maculada. Casi al ingreso costanero de la Isla del Puerto , recuerda las antiguas crónicas medioevales sobre los infortunios de leprosos, descascarándose un día sí y aún más al siguiente. Es una mutación lastimera desde que parece un dálmata bípedo, no perruno.Todo albo por nacencia y manchas negruzcas por síndromes de amnesia.
Es sencillamente fácil la restauración hasta para un aprendiz de brocha gorda.Una aguachenta mezcla de portland blanco y un pincel de cerda barata, más una orden de sensibilidad municipal de la División Parques y Jardines. Nada más.
Pobre Sembrador estatuario en el mismo departamento que tiene como ícono identificador una semilla, símbolo de fertilidad pero que allí, en el enclave de la rotonda, parece no haber germinado.
Detrás de la escultura hay toda una historia.
Un depredador en una noche cómplice de su alienación, le destrozó las extremidades, expuesta al descubierto la infamia a la mañana siguiente. Sólo quedó en pie su osamenta metálica, como un Judas tras la quema ritual de cualquier 24 de junio de cualquier invierno mercedario.
Don Miguel Umpiérrez, por entonces restaurador del Ministerio de Educación y Cultura, con vocación y pasión por el arte, respondió al llamado del intendente en ejercicio, atento escucha a su vez de marchas del silencio de vecinos que clamaban por el respeto hacia los bienes del espíritu, saqueados por el nuevo salvajismo de las tribus urbanas en la actual regresión de la cultura y de los dones intangibles de la comunidad.
Sus manos y su talento fueron tan prodigiosos que el Sembrador resucitó con renovados bríos de fertilidad.
Es una pena que no se le cuide. No cuesta tanto: Agua, dos quilos de portland blanco y una brochita un poquito más grande que una de afeitar. Obsta todo para hacer, otra vez, el milagro del rescate visual.
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