miércoles, 2 de enero de 2008

Se Aguarda un Milagro en el Templo de Celulosa del Predicador Verde, Rambla de Mercedes.




* Hugo Rey, el artista, y su talla en madera viva acogida en el hogar celulósico de un noble eucaliptus, con la cautivante figura de un santo varón, don José Salles, el Dios Verde. Un santuario en espontánea formación en la rambla de Mercedes, Uruguay.

En el primer cuerpo del cementerio de Mercedes, nicho 1574 está la sepultura de don José Salles, nacido el 29 de diciembre de 1880 y fallecido el 20 de octubre de 1970 a la edad de 90 años .En el epitafio, puesto por sus prosélitos, se lee:
-“Maestro Dios Verde predicador de la santa doctrina de Cristo que se le dio el nombre de Cristiano Judía Uruguaya .Los fieles de la Obra le dedican este humilde recuerdo”.
Era un hombre santo. Peregrinó por todo el país con sus pies descalzos y túnica galilea pregonando un evangelio muy simple y de mística profundidad basado en la estricta conducta paleocristiana de los primeros creyentes en la doctrina del nazareno, hijo de María y crucificado en el cerrito de la calavera:”Bienaventurados los pobres porque ellos serán salvos”. Seguramente que se refería a los pobres por humildes que la Biblia, a veces, alude a los pobres en seco, sin adjetivar, y en otras a los pobres de espíritu. No es lo mismo. En el primer caso suena a clase social. En el segundo a humanidad tocada por la gracia.
Catequizó con su ejemplo de vida sobre el camino de la frugalidad para alcanzar la salvación. Con igual énfasis consideró apóstatas a quienes postulándose asamblea de devotos de Jesús, hicieron en su nombre y advocación ostentación de riqueza y de privilegios jerárquicos.
Mercedes fue su gran centro de dispersión centrifugal. En una añeja carpa junto a la orilla del Hum, estuvo su paupérrimo y digno templo.
Era fama que cruzaba el río a nado, pese a los rigores del invierno como ofrenda al creador, y en alabanza al ritual cotidiano de Juan el Bautista, anunciador del mesías descendiente de David y del Padre.
En ese mismo lugar, el ebanista mercedario Hugo Rey, tomó enorme eucaliptus vivo y a golpe de cincel y herramientas de su maduro arte maderero, pidió permiso al gigantesco cilindro vegetal para que compartiera desde sus entrañas de celulosa la imagen del predicador de nuestra contemporaneidad más reciente. Creó una simbiosis propicia al mejor aplauso y al más profundo silencio recolecto de religiosidad.
El logro del artista atrapa más por la originalidad del cobijo y de la penetrante mirada frontal del asceta que por la plenitud de una anatomía olímpica que se supera, si alguien la considera una limitación artesanal, por un estilo naif afín a la proyección de la casta nobleza del inolvidable y sencillo varón de Dios que vimos trillar las calles bendiciendo desde nuestra niñez con atención y misterios por entonces de incomprensión parvularia.
La gente se acerca al árbol y nadie escapa a una empatía de la sensibilidad que parece cruzar rayos en doble vía entre la interioridad del observador y la magia de la expresión plástica, todo en un contexto de un paisaje bellísimo en el denominado Parque de los Abuelos, próspero de encantos como para pensar en una secreta presencia de omnímoda inteligencia cósmica en el lugar, inasible pero real.
Tanta espiritualidad que se reúne en ese santuario de formación espontánea, si llega a concentrar potencialidades de cualidades extrasensoriales, admitiría la eclosión de un hecho milagroso bendecido con los efluvios del eterno correr del río y la evocación de don José, el Dios Verde…que se le ama verde esperanza y no ahíto de joyas, telas áureas y tesoros…“que el orín y la polilla corrompen”.
Algo va a pasar allí.

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