Adoratrices del Sol.
El Portezuelo de Solanas
Soy proletario por extracción social…pero tengo derecho a considerarme, por crecimiento de adaptación al medio, un burgués gentilhombre, o pequeño burgués. No lo oculto y para los taxonómicos de la izquierda, tan afectos a catalogar en compartimentos estancos vidas y personas, lo que para ellos puede ser un defecto congénito de natalicio, para mi es una virtud de esfuerzo sin haberle pedido nada a nadie, salvo a mis padres, maestros y profesores de la enseñanza pública, pese a que mi mochila en vademécum está livianita de saberes y aptitudes. Tal vez lo más importante lo porte en el cerebro y no en la billetera, aunque más no sea en el espacio cortical de arriba. Ni pensar en la profundidad de las circunvalaciones de la víscera gris a las cuales espero, algún día, aproximarme como usuario, así lo hicieron otros que admiro y envidio.
Buen burgués, les decía, fui unos días a veranear a Punta del Este, ubicada en el paisaje más hermoso que tiene el Uruguay, el Portezuelo de Solanas, Maldonado. Allí Dios mío, no sólo dejó su sonrisa, sino también su estética divina. El hombre y la mujer, hechos a su imagen y semejanza, complementaron el escenario, siempre exótico para un habitante habitual de la pradera fluvial pero no marítima del Litoral de ese hinterland nacional de Soriano ubicado entre el Dacá de Mauá y el Bequeló de la escuela 32, la coqueta Mercedes.
En Punta Ballena hay un hermoso mirador donde, hacia occidente se aprecia Casapueblo de Páez Vilaró y, hacia el oriente, la Punta brava y la mansa de los rascacielos de la nobleza de Gorlero, superburguesía que ya escapó a su clase original.
Por simple casualidad, mi visita coincidió con la puesta del sol y fui desquiciado en mi lírica emoción por un escenografía digna del Edén. Cuando el astro se hundía en la línea del horizonte, otros visitantes, tal si fuesen los prehistóricos admiradores de los dólmenes y cromlechs de Stonehenge, Inglaterra, profirieron un aplauso unísono con vítores respetuosos hacia el suceso solariego, rodeado de un solemne misticismo. ¡Una misma y análoga actitud espiritual de habitantes del siglo de nuestra suprema tecnología cibernética con la gente del pasado cavernícola. ¡El sol es la Vida, nace y muere en la mar acuosa!!.María, dueña de la procreación, o Venus, nació del Mar…por eso se la llama Mar….ía!!.
De noche, escucho la radio y, vaya con la casualidad, me entero por un reportaje de F.M. 97.90 que el historiador de la cultura indígena en la ex Banda Oriental, Gonzalo Abella, lanza en su último libro que ese sendero arbóreo de palmas butiá , miles de quilómetros que atraviesan diagonalmente el Uruguay -desde Rocha a Concordia en la Argentina, hasta el norte sudamericano-, no nació y creció por la defecación aérea de las aves migratorias cuando eliminaban desde sus volátiles eternos raíds, las semillas del rosa anaranjado y delicioso esférico fruto. No!Eran responsables del plantío, no el juego azaroso y digestivo de la Naturaleza, usando para sus propósitos de conservación, las aves, sino aborígenes de la Amerindia profunda y central en sus excursiones hacia el mar para ver el ocaso y la aurora del dios Sol, principio de la Vida. En el camino, los peregrinos depositaban ofrendas intermedias, semillas que marcaban para otros el itinerario religioso de la perpetuidad y renovación de los ciclos.
De noche, otra casualidad más. Mi yerno, Arturo, amante vocacional de los árboles, me obsequia imprevistamente coquitos enracimados de la butiá .¡Deliciosos! por su sabor y por sus reminiscencias concatenadas en las experiencias personalizadas de las últimas horas de que todos los hombres, vivos o muertos, pertenecemos a una misma concepción que nos hermana, volemos en avión o pintemos a la antorcha en las penumbrosas oscuridades de las Cuevas de Lascaux, Altamira o Trinidad de los Porongos.
Buen burgués, les decía, fui unos días a veranear a Punta del Este, ubicada en el paisaje más hermoso que tiene el Uruguay, el Portezuelo de Solanas, Maldonado. Allí Dios mío, no sólo dejó su sonrisa, sino también su estética divina. El hombre y la mujer, hechos a su imagen y semejanza, complementaron el escenario, siempre exótico para un habitante habitual de la pradera fluvial pero no marítima del Litoral de ese hinterland nacional de Soriano ubicado entre el Dacá de Mauá y el Bequeló de la escuela 32, la coqueta Mercedes.
En Punta Ballena hay un hermoso mirador donde, hacia occidente se aprecia Casapueblo de Páez Vilaró y, hacia el oriente, la Punta brava y la mansa de los rascacielos de la nobleza de Gorlero, superburguesía que ya escapó a su clase original.
Por simple casualidad, mi visita coincidió con la puesta del sol y fui desquiciado en mi lírica emoción por un escenografía digna del Edén. Cuando el astro se hundía en la línea del horizonte, otros visitantes, tal si fuesen los prehistóricos admiradores de los dólmenes y cromlechs de Stonehenge, Inglaterra, profirieron un aplauso unísono con vítores respetuosos hacia el suceso solariego, rodeado de un solemne misticismo. ¡Una misma y análoga actitud espiritual de habitantes del siglo de nuestra suprema tecnología cibernética con la gente del pasado cavernícola. ¡El sol es la Vida, nace y muere en la mar acuosa!!.María, dueña de la procreación, o Venus, nació del Mar…por eso se la llama Mar….ía!!.
De noche, escucho la radio y, vaya con la casualidad, me entero por un reportaje de F.M. 97.90 que el historiador de la cultura indígena en la ex Banda Oriental, Gonzalo Abella, lanza en su último libro que ese sendero arbóreo de palmas butiá , miles de quilómetros que atraviesan diagonalmente el Uruguay -desde Rocha a Concordia en la Argentina, hasta el norte sudamericano-, no nació y creció por la defecación aérea de las aves migratorias cuando eliminaban desde sus volátiles eternos raíds, las semillas del rosa anaranjado y delicioso esférico fruto. No!Eran responsables del plantío, no el juego azaroso y digestivo de la Naturaleza, usando para sus propósitos de conservación, las aves, sino aborígenes de la Amerindia profunda y central en sus excursiones hacia el mar para ver el ocaso y la aurora del dios Sol, principio de la Vida. En el camino, los peregrinos depositaban ofrendas intermedias, semillas que marcaban para otros el itinerario religioso de la perpetuidad y renovación de los ciclos.
De noche, otra casualidad más. Mi yerno, Arturo, amante vocacional de los árboles, me obsequia imprevistamente coquitos enracimados de la butiá .¡Deliciosos! por su sabor y por sus reminiscencias concatenadas en las experiencias personalizadas de las últimas horas de que todos los hombres, vivos o muertos, pertenecemos a una misma concepción que nos hermana, volemos en avión o pintemos a la antorcha en las penumbrosas oscuridades de las Cuevas de Lascaux, Altamira o Trinidad de los Porongos.
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