Las Oscuras Leyes de Mendel en la Colombófila Montevideo.
Negruscas palomas de azulados y grisáceos matices en las calles del gris bitumen picotean el colonial adoquín o los esquistos petrolíferos de calles y avenidas de San Felipe y Santiago del Monte VI de E a O.
Mansas, muy mansas, le han perdido temores al animal más lobo de la creación, siendo capaces de comer en su mano rapaz cuando regenera en milagro de bondad primitiva algún ejemplar del feroz bípedo, desparramando migas a la bandada desde el banco de una plazoleta geriátrica que atenúa años y desesperanzas.
En la mente, las imaginamos blancas, puras, como espíritu santo sobre una hostia. Pero en la realidad, allí están, ajenas a la indiferencia de nuestras propias prisas. Con las leyes de Mendel, monje sabio de la herencia, abrumándolas de plumíferos ocres y negros intensos, huevada a huevada, imponiéndoles por ineludible determinismo natural, los tonos del ébano para adecuarlas con mimetismos a la nostalgiosa tristeza del paisaje urbano y basural de cada esquina citadina.
Mansas, muy mansas, le han perdido temores al animal más lobo de la creación, siendo capaces de comer en su mano rapaz cuando regenera en milagro de bondad primitiva algún ejemplar del feroz bípedo, desparramando migas a la bandada desde el banco de una plazoleta geriátrica que atenúa años y desesperanzas.
En la mente, las imaginamos blancas, puras, como espíritu santo sobre una hostia. Pero en la realidad, allí están, ajenas a la indiferencia de nuestras propias prisas. Con las leyes de Mendel, monje sabio de la herencia, abrumándolas de plumíferos ocres y negros intensos, huevada a huevada, imponiéndoles por ineludible determinismo natural, los tonos del ébano para adecuarlas con mimetismos a la nostalgiosa tristeza del paisaje urbano y basural de cada esquina citadina.
Son las aladas e inermes sobrevivientes colombófilas de los riesgos de compartir la existencia con los homínidos residentes en la cenicienta metrópolis de los escapes libres, los carritos tirados por pingos miserables que comparten el mismo circuito del último Mercedes Benz que apenas elude, con chirreante frenada y un insulto procaz, al pobre y descartado chiquilín de ojos perdidos en lejanías que en contra éxtasis, anestesiado, marcha hacia la muerte en cuotas… aspirando el miserable porro de su destrucción, ofrenda que trafica doña Marijuana y la miseria de una ciudad que alguna vez volverá a ser pródiga.
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