domingo, 8 de marzo de 2009

Desde Pocitos, Comunión de la Mar y de la Nieve.


-¡Qué pez de alta mar (poisson) la Sra.Pomapdour, ahora en la playa de los Pocitos, junto a hábil pareja!



Los sucesos de 1819 en el Oceáno Atlántico de la balsa de La Medusa que pintó Gericault y del avión caido en octubre de 1972 en los Andes tienen profundas similitudes,acontecimiento éste de hace 36 años, otra vez puesto en reflexión mediante el séptimo arte.





Las piernas de Luis; las banderas de la Libertad...



... en el veraniego Pocitos.
Expresamente concurrí a apreciar la anunciada muestra de copias fotográficas de alta resolución del Museo del Louvre ubicada a la vera de la montevideana playa de los Pocitos, exhibición del pictórico patrimonio francés en catálogo de diversos tiempos y escuelas.Todo un tesoro son los originales, excelencias cubiertas por genios de la humanidad occidental.
Interesante la muestra al aire libre.”Lindita”. Sin embargo, no me conmovió. Quizás el día en que fui no era el más propicio a mi sensibilidad menoscabada, vaya a saber por cuál ácida interferencia.
Experimento fue el mío, similar y de inefable diferenciación al que se produce cuando se observa una misma película, u otra, en el video de una casa en notoria colisión con el recinto penumbroso de una sala cinematográfica. En el living hogareño todo es estimulante para distraerse y exiliarse de la compenetración, acotándose por añadidura el goce espiritual. El riiing sorpresivo que suena a hora impropia; la cacerola que cae; el grito charrúa del nietito Teo y, sobre todo, la artificial iluminación que incluso sería a giorno de no ser respetada UTE en sus racionamientos quilováticos.
En la sala comercial, en tanto, hay y se vende magia. La ofrece la concedida oscuridad. Se está allí, solo, aunque eventualmente muy bien acompañado desde la butaca adyacente. Solo, exclusivamente solo. Hasta rodeado por cien anónimos contertulios físicos, no en el grado de la atracción cognitiva o afectiva pues podrían ser absolutamente fulanos en la agenda personal, que de hecho lo son, a los que se ignora por más que endulcen ruidosamente su grotesco paladar con pororó libando al unísono los gorgoritos succionados desde una Coca Cola. Mis sentidos están comprometidos autocráticamente con la pantalla, sus imágenes y sus sonidos, el drama o la comedia de que se trate en el cautivante transcurrir de los minutos psicológicos de la filmación.
En Pocitos me pasó idéntica experiencia. No fue “cine” lo que vi, apenas un video familiar, extrapolando comparaciones. Cuando pretendía ensimismarme en el trance que cautiva, cabeza intrusa y vociferante de un bañista se intercalaba y el eclipse de sombra saboteaba la pretendida ensoñación.
El entorne del estío es más complaciente en estos días vacacionales para admirar pudorosamente una señorita plebeya en dos mini piezas saliendo enmilanesada de sol, gotitas saladas y arena voladora ribereña antes que la plena distinción frívola de la erótica cortesana Madame de Pompadour, la Srta Poisson, que tres años le demandó plasmar la magna obra a Mauricio La Tour, finalizada en 1755.
-“Oh Luis -le decían los íntimos alcahuetes cortesanos en el Trianón de Versailles al gordo Capeto XIV- cuán hermosas son tus piernas”. La verdad que son una pinturita las gráciles extremidades del Rey Sol dado el entusiasmo inspirado tan atléticamente que se manifestó en el pincel del arte mayor por Jacinto Rigaud,un óleo sobre lienzo de 1701. Sin embargo con esa ropa, incrustaciones hasta en los zapatos y extensiones, sería imposible ingresar a las olas uruguayas en este verano pródigo del cálido y casi seco dosmilnueve.
No sé por qué me gustó, eso sí, el Bartolomé Murillo con el pobrecito rapaz El Mendigo (1650) que en esa oriental geografía costeña de contrastes profundos, abundan sus extemporáneos iguales de lastimera condición entre los lujos y miserias del barrio distinguido de la metrópolis capitalina.
También el cuadro de El Prestamista y su mujer de Querntin Metsys encaja en el paisaje con su exuberante mensaje testimonial y captación psicológica de la codicia incipiente. Los ávidos prestamistas pesan las onzas del oro cuando ya comenzaba a gestarse en la madre Europa el capitalismo en su versión salvaje, despojados de los equilibrios que proclama la bondad realista e ingenua del liberalismo y su ética.
De la Gioconda ni opino…que no tengo garra de crítico objetor!; además… me matan si lo hago! Pero saludo con admiración en el silencio de mi doxa a La Virgen de las Rocas de Leonardo, el Caravaggio, a Pedro P.Rubens, Vermeer, Goya, los paisajistas ingleses,el surrealismo vanguardista del Bosco, Rembrandt, Corot,Courbet y tantas firmes ilustres.
Tras lo expuesto, dos creaciones inmortales en su grandeza eterna, resisten, para mi, sin apelaciones audaces, entonar la singularidad uruguaya de Pocitos. Como en la lujosa guardería de telas universales del auténtico Louvre parisino. En una favela de Río o en un asentamiento de Mercedes. Acaso, también, en Picadilly Circus de Londres.
Una de ellas:La Libertad guiando al Pueblo de Eugenio Delacroix. Sin palabras: realismo romántico en suprema simbiosis de la elegía política revolucionaria, tiempos de las recias jornadas julianas de 1830.
La otra: La Barca de la Medusa de Teodoro Gericault. Los uruguayos la observamos desde donde debe ser, junto al mar, al Paraná Guazú platino y, vaya casualidad, momento en que se recuerdan los treinta y seis años de la comunión de los Andes, templo de la blanca cordillera chilena, como para reflexionarla en la oscura soledad de de esa intimidad compartida, anotábamos, de una sala de cine. Casi doscientos años de diferencia temporal. Pero fue una epopeya clonada de grandeza y misticismo. Una mitad ocurrió en el mar por 1819, cerca de Senegal; la otra en la nieve, territorio aéreo del Aconcagua en 1972.¡Gloria a la vida en el sacrificio de los muertos!!
Y una descripción al cierre. Destacar el boato con que el gran maestro Louis David testimonió la auto coronación de Napoleón I y Josefina, relegado el Papa de las teocracias, de las litúrgicas y habituales consagrciones pontificias tan realengas, operada por el propio Bonaparte con actoral absolutismo imperial. La fotografía de Pocitos se impregna de común afínidad al deslumbramiento del montaje del reciente acto del gobierno nacional en Plaza Cagancha, quilómetro cero del país, donde se instaló pingüe escenario en el adviento de una crisis financiera mundial.

No hay comentarios: