El Padrecito Prunés, Enseñaba Física liceal…¡cómo Dios y Comenio en la pedagogía experimental!
* Lo conocí en el céntrico Liceo No.2 “Luis Alberto Zanzi” de Mercedes, casa vieja y casi fundacional de la educación media pública en la ciudad por el glorioso 1912 de la democratización en la educación popular, al que le pusieron a los años un “2” identificatorio por razones de administración burocrática que, el “No.1”, se lo llevó muy después un moderno edificio de estreno por allá, muy cerca del río, inaugurado a principios de los años 60. Este Liceo vino orgulloso hasta con un Plan Piloto. Resultó un fiasco pese a sus buenas intenciones, camino del infierno de la improvisación programática ideológica de quienes por entonces hacían alardes de ilustres reformistas, sustentados desde sus auto preciadas cátedras solventes.
Los dos cumplíamos la misma tarea docente, nada más que en asignaturas
diferentes.
Él, en un ciencia exacta, la Física.
Yo, una social, Historia.
Él metido en el método experimental con mil aparatos caseros y manipulaciones sorprendentes. Yo en hipótesis y doctrinas veleidosas y cambiantes de sabihondos, según las modas y apetencias contingentes del tiempo que se viviera, mirando de soslayo el correr de la bocha que se deslizaba por la cancha de conchillas en las incipientes convulsiones política afines a los años sesenta.
Dos circunstancias más nos separaban a partir de aquel ejercicio magisterial y común con servicios enseñantes hacia adolescentes: Era cura católico…yo mero creyente sin mayores afanes de compromisos eclesiales desde la liturgia. Era, además, el sacerdote profesor bastante veterano con respecto a mí que yo aún jugaba en la selección de Soriano de básquetbol y me daba, junto a compañeros de generación, el deleite de salir campeón de la nación o del interior paisano en la disciplina del cesto y del emboque.
Él, en un ciencia exacta, la Física.
Yo, una social, Historia.
Él metido en el método experimental con mil aparatos caseros y manipulaciones sorprendentes. Yo en hipótesis y doctrinas veleidosas y cambiantes de sabihondos, según las modas y apetencias contingentes del tiempo que se viviera, mirando de soslayo el correr de la bocha que se deslizaba por la cancha de conchillas en las incipientes convulsiones política afines a los años sesenta.
Dos circunstancias más nos separaban a partir de aquel ejercicio magisterial y común con servicios enseñantes hacia adolescentes: Era cura católico…yo mero creyente sin mayores afanes de compromisos eclesiales desde la liturgia. Era, además, el sacerdote profesor bastante veterano con respecto a mí que yo aún jugaba en la selección de Soriano de básquetbol y me daba, junto a compañeros de generación, el deleite de salir campeón de la nación o del interior paisano en la disciplina del cesto y del emboque.
Hacia pues dos apostolados mi compañero de trabajo.Rector de
sus aulas pedagógicas y desde la navecilla humilde, pobre , de la barrial Capilla
San Juan en la comunidad proletaria del sur urbano. Quizás su sueldo profesoral
iba con destino a sus menesterosos parroquianos. Siempre lo creí, aunque nunca
se lo pregunté.
Lo llamábamos en el Liceo, no “profesor”, sino que jerarquizábamos en la nominación la vocación religiosa. El era para todos, fuesen colegas o alumnos -creyentes, ateos y agnósticos- el Padrecito Prunés. Su nombre ya se me olvidó, quizás Fernando, no el apellido, y menos las razones y sentimientos de su cerebro y de su corazón. Nunca nos preocupó que llamarlo “Padre” en la laica institución, fuese “un atentado a la laicidad” por recaer en quien incluso portaba sotana y la cruz del Resucitado dentro del Liceo. El azabache atuendo polleril había desaparecido desde el uso del vestuario por otros ministros sagrados de la Curia y Diócesis de Soriano en la convivencia comunitaria fuera del templo, tiempos de las reformas del Concilio Vaticano 11.
En el exiguo recreo inter clases de cinco minutos a veces, en otras de diez, preparaba sobre la imponente sala de cedro de los profesores en descanso, sus petates para ver si salía bien en el apretamiento didáctico una práctica del “realismo pedagógico” comeniano o de John Dewey a presentar en su hora posterior con virutas ferrosas que dejaban, papel por medio, un diseño de campo magnético por la acción de un doméstico electroimán. O unos carretitos de madera de costurera vacíos, sin hilo, que los hacía salir de su inmovilidad de origen. Pero terminaban moviéndose sobre un planito inclinado hacia arriba cuando, la “lógica” vulgar del desprevenido, indicaría que deberían descender… salvo que en el ignorado juego de fuerzas contrapuestas que insertaba en el juguetillo tecnológico, la gravedad se aliaba a favor del ascenso con el resultado inesperado para el observador lego.
Todos los demás profesores quedábamos absortos mirándolo y aprendíamos Física experimental y ciencia desde la vida, a pura casualidad vestida de negro…
Cuando uno se ponía a meditar, reflexionaba:¿Por qué cada cuál aprendió ya adulto y de contingente casualidad con el Padrecito estos principios de una ciencia que todos habíamos tenido curricularmente cuando fuimos liceales y no en aquel período de nuestra formación juvenil ? Idéntica era la situación reflexiva, supongo, que vivían mis coetáneos docentes, mirando y admirando a Prunés.
Dos pueden haber sido las razones.
Una que haya estado desatento cuando era liceal y no siguiera con la ponderación necesaria la Física de mis maestros. Todo deba atribuírsele entonces a mi culposo precario aprendizaje y responsabilidad estudiantil..
¿Otra?... que haya sido un asunto no tan de aprendizaje, sino de enseñanza por ausencia del método específico, siendo así que los responsables de la cátedra en ciencias exactas no usaban en su medida adecuada la metodología práctica o no les interesaba la experimentación en laboratorios, apostando solo a las clases light, frontales… más dormideras que infusión de amapola durante aburridos 45 o 90 minutos de nadas….
No sé. Pero por lo menos, a la distancia me desahogo y lo planteo cuando escucho tantas veces alabanzas cuasi míticas a antiguos docentes del ayer en contraste con la precariedades constatables de los actuales que solo “sacan” repetidores y desertores del sistema enseñanza media, con respaldos confirmatorios de diagnósticos del tipo Pisa. Y en la incontrastable multitud callejera de las precoces y vencidas generaciones adolescentes denominadas Ni-Ni. ¡Pobrecitas ellas…y el Uruguay!
Lo llamábamos en el Liceo, no “profesor”, sino que jerarquizábamos en la nominación la vocación religiosa. El era para todos, fuesen colegas o alumnos -creyentes, ateos y agnósticos- el Padrecito Prunés. Su nombre ya se me olvidó, quizás Fernando, no el apellido, y menos las razones y sentimientos de su cerebro y de su corazón. Nunca nos preocupó que llamarlo “Padre” en la laica institución, fuese “un atentado a la laicidad” por recaer en quien incluso portaba sotana y la cruz del Resucitado dentro del Liceo. El azabache atuendo polleril había desaparecido desde el uso del vestuario por otros ministros sagrados de la Curia y Diócesis de Soriano en la convivencia comunitaria fuera del templo, tiempos de las reformas del Concilio Vaticano 11.
En el exiguo recreo inter clases de cinco minutos a veces, en otras de diez, preparaba sobre la imponente sala de cedro de los profesores en descanso, sus petates para ver si salía bien en el apretamiento didáctico una práctica del “realismo pedagógico” comeniano o de John Dewey a presentar en su hora posterior con virutas ferrosas que dejaban, papel por medio, un diseño de campo magnético por la acción de un doméstico electroimán. O unos carretitos de madera de costurera vacíos, sin hilo, que los hacía salir de su inmovilidad de origen. Pero terminaban moviéndose sobre un planito inclinado hacia arriba cuando, la “lógica” vulgar del desprevenido, indicaría que deberían descender… salvo que en el ignorado juego de fuerzas contrapuestas que insertaba en el juguetillo tecnológico, la gravedad se aliaba a favor del ascenso con el resultado inesperado para el observador lego.
Todos los demás profesores quedábamos absortos mirándolo y aprendíamos Física experimental y ciencia desde la vida, a pura casualidad vestida de negro…
Cuando uno se ponía a meditar, reflexionaba:¿Por qué cada cuál aprendió ya adulto y de contingente casualidad con el Padrecito estos principios de una ciencia que todos habíamos tenido curricularmente cuando fuimos liceales y no en aquel período de nuestra formación juvenil ? Idéntica era la situación reflexiva, supongo, que vivían mis coetáneos docentes, mirando y admirando a Prunés.
Dos pueden haber sido las razones.
Una que haya estado desatento cuando era liceal y no siguiera con la ponderación necesaria la Física de mis maestros. Todo deba atribuírsele entonces a mi culposo precario aprendizaje y responsabilidad estudiantil..
¿Otra?... que haya sido un asunto no tan de aprendizaje, sino de enseñanza por ausencia del método específico, siendo así que los responsables de la cátedra en ciencias exactas no usaban en su medida adecuada la metodología práctica o no les interesaba la experimentación en laboratorios, apostando solo a las clases light, frontales… más dormideras que infusión de amapola durante aburridos 45 o 90 minutos de nadas….
No sé. Pero por lo menos, a la distancia me desahogo y lo planteo cuando escucho tantas veces alabanzas cuasi míticas a antiguos docentes del ayer en contraste con la precariedades constatables de los actuales que solo “sacan” repetidores y desertores del sistema enseñanza media, con respaldos confirmatorios de diagnósticos del tipo Pisa. Y en la incontrastable multitud callejera de las precoces y vencidas generaciones adolescentes denominadas Ni-Ni. ¡Pobrecitas ellas…y el Uruguay!
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