viernes, 5 de noviembre de 2010

Cuarenta Semanas



Juan Manuel y Elena habían madurado su relación con vínculos de amor.
Era el tiempo de afirmar el erotismo sin mediar cuidados precautorios de la libido hacia la institucionalización social del compromiso. Y fue asumida la instancia con rituales de responsabilidad nupcial .A plenitud de gozos, portantes de la suprema y máxima consigna existencial, evolucionar en multiplicación reproductiva en ristre de razones, sentimientos e instintos demandantes de la perpetuación de la especie.
Cantaba Sabina aquel atardecer “Que todas las noches sean noches de bodas…que nunca se acaben las lunas de miel”…por un anónimo mp3 lanzado al viento en la penumbrosa callejuela barrial.
El óvulo de ella fue liberado. Los espermatozoides de él bullían de ansiedades paternales, hasta entonces contenidas con artificios laxos.
Los hedonismos nocturnos condujeron a las ardientes células generatrices tras la cita ambicionada y, de la tropa, uno solo, serpenteante y vanguardista, penetró la virginal valla oval para encontrarse en el maravilloso beso de lo heroico y de lo magno.
Treinta horas después el embrión ¡era! , íntima conjunción del incipiente vitalismo de la sublime fecundación que compartieron en dicha Elena y Juan Manuel.
Comenzó a partir de aquella triunfal unidad, la subdivisión de las células de la minúscula gota sagrada en escorzos rudimentarios que también fueron paulatinamente diferenciándose.
Hacía un mes desde que Elena sintió el plenilunio total de sus pulsiones en la santa alianza carnal de sus investiduras sexuadas. Cuando la tonadilla ni sus versos melódicos de premonición de Joaquín, el trovador de la ronca voz, dejó de escucharse por las cercandanzas, la veinteañera constató que la aguardada ausencia interrogativa del código rojo de los ciclos de Selene tenía, por vez primera, eclipse total de su cosmos femenil.
No lo confesó por precaución a su Juan Manuel. Moratorias de expectativas…
En tanto, anclado en el nicho de su vientre, la criatura, sí, la criatura, entró en una vorágine de multiplicaciones a un incesante ritmo de dos veces al día. En menos de once semanas la febril danza de las mutaciones alcanzó al doble millar de células.
Hasta se firmó el más importante pacto de no agresión que cualquier ser prometerá en su vida: nadie del sistema interior atacará para fagocitar al extraño novicio peregrino, violencias tan comunes por mandato del aparato inmunológico frente a la presencia de intrusos en los resguardados tejidos ventrales mediante fortalezas de bunker. Salvo que sea vector de una malformación eventual, céleremente detectada por los servicios de la seguridad orgánica que originarán expulsiones mórbidas.
La madre promitente confesó a su amado el anuncio de la natividad.
Primero con los ojos, luego con titubeos labiales y, finalmente, depositando las manos sobre el abdomen.
-¡Elena! ¡Elena! ¿Es cierto, mi amor?, preguntó excitado Juan Manuel
-Sí! Sí!
-Bienvenida Juliana a la familia, bautiza Juan Manuel sin agua bendita y candor, exultante de alegrías y asombros.
-¡Oh, Juliana!... replica coqueta Elena con mansa autoridad junto a la rendición de sus párpados, caídos a medio trayecto, vencidos por la propuesta nominativa de Juan Manuel mientras tremolaban con dulces arrebatos las arqueadas pestañas de un rostro encantador que vaticinaba deseadas venturas.
….
Tres Semanas después de la concepción:
-Vaya qué bien me siento aquí con mis dos milímetros de longitud ¡Cuán chiquito soy!...y lo grito, ¡soy!… ¡existo!!
Tengo insinuado el corazón, los arcos branquiales y ¡qué bueno! el oído interno. Ojos no necesito en esta piscina cordial de mi acuática existencia en desarrollo
¡Qué a nadie se le ocurra lastimarme por más razonables sean sus infames argumentos
Cuatro Semanas:
-¡Oh! Cómo crecí. Seis milímetros. Me dibujaron el cerebro y se adivina la espina dorsal. ¡A festejarlo!
El tum tum del corazón comienza a bombearme sangre para nutrir el hígado y la aorta. Primer mes, ni conmemoraciones ni sin velitas a soplar, papis, que resulta suficiente el fueguito y las brasitas de vuestro amor! Ya las apagaré… mucho más adelante, con piñatas y peloteros incluidos
Segundo mes:
¿Y esto qué es? Ah! sí, comienzan a crecerme los brazos y las piernas. Buenos brazos serán, como los de Cris Namús. O si piernas, iguales a las de Diego Forlán.
Los papis no ocultan, así lo presiento, que desean conocer mi sexo fetal. Pero no se apresuran, informados que algunas técnicas pueden ser invasivas. Han ocurrido lamentables manipulaciones catalizando enfermedades y desórdenes, luego irreversibles en esta etapa que transito.
¡Qué la virtud de la espera nos congratule a todos de seguridades médicas promoviendo la beatitud de la prudencia!
Mis ojitos son dos luceritos apagados, pobrecitos. Esperan su momento y la hora de la luz. El cerebro crece y facilitará comprender lo que ocurre, día a día.
Tercer mes:
He crecido tanto que identifico una voz ronca y reiterada que procede de afuera. No es la de los papis al punto de que hasta ellos callan para mejor acatarla, tal una orden que se acepta con disciplina y convicción. Me dice el mensaje que soy un feto. Vaya… ¡qué feo nombre! ¿Por qué ese señor, metódico visitante semanal, docto en su decir, no tuvo a mano un sinónimo más grato para adjudicar al lindo bebe que soy?
Lo cierto es que mi forma cambia y cada vez se asimila a la humanoide de los papis.
Cuarto mes:
Dieciséis semanas. Crezco y muchas amigas felicitan a mami mirándole la pancita, más gordita y punzante. Cuán repetitivos son .Siempre con lo mismo. Qué cómo me llamaré…si seré nena o varón…y el plus de esa palabra que me hace, no sé por qué, temblar: Cesárea. ¿Qué querrá decir? Además el cansino e infaltable “¿para cuándo? “ ¡¿Para cuándo qué?!...si tan cómodo estoy con la protección de la placenta. No me falta nada.
Nado, me ejercito, dialogo con mamita, cuyo timbre canoro es una bella melodía que distingo entre la de todos.
Me muevo en el líquido amniótico con libertad, me estiro y me doy el placer de girar la cabeza. Mi nariz apunta a ser respingadita como la de mami. En tanto las cejas con la curva de papi.
La pelusa de la cabeza derivó en cabello. ¡Vayan contratando un buen peluquero!
Quinto mes:
Hummm…qué rico está el dedo. Parecer que poseo muy buenos actos reflejos. Pobre mami con las pataditas que doy. Comienzo a comprender fenómenos, a pesar que mantengo todavía los ojos cerrados. Seré como Diego…y no congénere de Cris. La ecografía lo confirmó. Papi llevó un video cassette y le pidió a la doctora que me fotografiara. Ofrecí resistencia. Le dio mucho trabajo que yo pretendía ocultarme, celoso de mi pudor. No me dijeron nada y, de repente, allí estaba yo, sintiendo golpecitos desde las paredes interiores de mamá rastreándome que no soy un matrero. Hasta los abuelos, creo, miraron el operativo de Imagenología. Luego de agotar a la médica ecógrafa y quizás a sus insolencias, calmé mis estrategias de mimetismos y me ofrecí al flash de tan rara ósmosis digital. ¡Ufa! Qué feo que salí. La naricita chata, los labios abultados, en síntesis un cabezón pronto para desfile de febrero…y confirmado ¡varón!
Confío que mi estética mejorará oportunamente pues la verdad sea dicha, no sé a quién se le ocurrió diagnosticar que vengo parecido a papi. ¡Pobre papi! Qué es hombre con buena pinta!
Sexto mes:
Mis capilares se transparentan y por eso es rojiza mi arrugada piel .Poco importa la estética que nadie me ve.
Además duermo plácidamente casi todo el día, dejando acaso solo cuatro horas de vigilia para mis actividades personales, todas de mi privacidad y por ende no las comento…
Mi oído más se ha desarrollado y nada me cuesta captar el “¡Buenas tardes, dónde está ese nene bandidito!” de papi cuando regresa del trabajo. A mami hace rato le conozco la tonada.
Séptimo Mes:
Todos mis huesos tienden notoriamente a endurecerse y la piel se ha vuelto un tanto opaca.
Me noto con más abundantes grasitas en el cuerpo, por dentro y por fuera.
Pese a que el líquido amniótico se ha reducido, igual lo he libado que no en vano desarrollé el ávido instinto de succión. Se adiestran con esos brindis mis futuros canales alimentarios. A veces tuve hipo y mami sintió pequeños calambres por mis sobresaltitos pre respiratorios y digestivos.
¡Alegría! Abro los ojos, tanto tiempo cerrados. Otro lujo que me doy en el feliz encierro: tomo entre si las manitas…para auto felicitarme de mis logros, anticipos de muy importantes novedades cada vez mas inminentes. Con ellas seré homo faber, no sólo homo sapiens. Podré dar caricias afectivas y reciclar con ellas historias de amor, como la de los papis y sus ensueños tactiles. No tendré alas, pero con las manitas también y mejor, se puede llegar al cielo…
Octavo mes:
¡Qué suerte! Vuelve a ser rosácea y suave mi piel. Desapareció el lanugo de la cara. Los piececitos y las manitas están más regordetas.
Y ahora me preparo poco a poco para colocar la cabeza hacia abajo. Muy pronto deberé deslizarme en tobogán en una aventura de riesgos extremos que ni ¡James Bond o Indiana Jones! La aguardo con atención y algún temor. Parezco un giróscopo.
Cuarenta Semanas:
Distingo entre las sombras de mi habitáculo hogareño luces exteriores y ese resplandor tan especial cuando mami expone nuestra barriguita muy ampliada en la playa del río Negro junto a la costeña Mercedes en honor al culto solar, observando el bellísimo poniente entre sauces y arrayanes.
Me imagino el mito de la caverna de Platón cuando mi realidad es muy aproximada a la metáfora del ilustre griego. La externa de allá, en días más la conoceré comparando diferencias y similitudes.
Estoy preparado para un combate rudo que siendo tan pequeño deberé sostener sin debilidades y menos claudicaciones en mi ineludible migración evolutiva. Contaré con el apoyo y el coraje conocido de mami. De su fibra. Estaré a su altura y venceremos los dos con rosas y laureles clonados.
Guiará nuestro descenso y ascenso mayor, el “docto” señor, seguramente el mismo de ese acento tan impersonal que hablaba el lenguaje incomprensible…y aquellas otras señoras de blancas túnicas que se impregnarán con manchas rojas al instante crucial de la saga que me aguarda. Era el que refería entonces algo así como a un par del cromosoma 21 que había generado uno más de motu propio, infortunadamente sin su paralelo en lo que llamaba una trisomía. No sé si era en abstracto la conversación que evoco y menos si es en particular hacia mi o a otro niño en gestación simultánea con la mía.
No significaría, más allá de una discapacidad y rasgos físicos especiales, rotularse enfermedad, ni menos contagiosa, superable en función de los actuales conocimientos científicos mediante abordajes por los entornos familiares y sociales inmediatos y cercanos, medios y lejanos, actitud de generosa comprensión que pasa por la aceptación, deseada y querida por y para los angelitos que somos. El que fuese.
Papi asistirá al frente de batalla. ¡Cómo habrá hecho para animarse!
Me aguardan moretones, cardenales, voces de mando, gritos y recuerdos que serán imborrables y cuyos efectos de porvenir no imagino aún. Mi creciente imaginación me sentencia que aventados serán los miedos. Siempre. El primero adviene, se acerca y lo presiento. Se aproxima como pestañada temporal su soplo divino. Vivo un aprestamiento veloz que demandó cuarenta ansiosas y ansiadas semanas.
Dos son los avatares tunelinos de toda vida: ese que pronto enfrentaré como apertura natalicia. ¿El segundo?, en fin, me resulta por ahora tortuoso de concebir que será otro nuevo tránsito de distinta naturaleza. Clausura funeral rumbo a las estrellas, vaya uno a saber cuándo... aunque en desliz de bondadosa serenidad intransferible, marcado por un determinismo de trascendencias, si acaso se cargan de mercedes póstumas y celestiales sus aún ignoradas esencias
….
Setiembre de aquel año nunca fue tan primaveral
Las yemas estallaban una brillantina floral de mil colores y todas las fuerzas de la Naturaleza formaban un cortejo generatriz refrescado por las aromáticas brisas del jardín de las delicias.
La vida eclosionaba por doquier con augural fertilidad
Los augurios se eyectaban como fuerzas centrípetas. Tocaban los encantos a todos los seres del panteísmo biológico, potenciando el deseo de vivir en un festival de fragantes acordes.
Elena sintió que las clases de pre parto dejaban de ser una teoría al experimentar las primeras señales y sensaciones que adelantaban noticias de la inminente dilatación uterina.
Juan Manuel se afligía procurando dominar su nerviosismo y demostrar un temperamento que le flaqueaba.
Acariciaba la frente de la compañera con una mano. La otra se depositaba tierna en el abultadísimo vientre.
Finalmente las frecuencias de pulsiones dolorosas se incrementaron a ritmos iguales
-¡Vamos!, dijo Elena con suave firmeza imperativa, quedando la severidad del momento en la noble arruga del entrecejo, más profunda que lo habitual.
Todo estaba pronto en las valijas y mochilas y en el corazón de ambos, Emanuel, que así habían dispuesto de mutuo acuerdo llamar al que venía, don de sus vidas transubstancionadas. En origen tres, ya una. Exclusivamente una. No dos; no tres.
A las dos horas, Elena ingresaba al bloque ginecotológico de la Clínica
Tenía razón irrefutable Emanuelito cuando adelantaba en el ciclo fetal que sería un combatiente:
-“Me aguardan moretones, cardenales, voces de mando, gritos y recuerdos que serán imborrables y cuyos efectos de porvenir no imagino aún. Mi creciente imaginación me sentencia que aventados serán los miedos. Siempre. El primero adviene, se acerca y lo presiento. Se aproxima como pestañada temporal su soplo divino”.
El doctor obstetra ingresó al cuarto de la reciente parturienta que vivía su propio oximoron por doliente y felicísima junto al bebe de cuarenta y cinco centímetros. Apenas faltaban cien gramos para saludables cuatro quilos.
-¡Qué valientes los dos. Gran comportamiento pese a que la batalla ¡mire qué fue dura! y ¡felicitaciones!, exclamó sincero el facultativo
Luego se dirigió, más con señas que con expresa solicitud verbal a Juan Manuel.
-¿Me acompaña un momentito?
Juan Manuel, atribulado y sorprendido, lo siguió.Simultáneamente, Elena lanzó un sollozo agudo. ¿De catarsis tras su reciente epopeya.
Emanuel…casi una sonrisa susurrada…visión de optimismos fantásticos, numen de victorias.







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