Siendo niño miraba
el cielo de mi Mercedes cuando, por festividades
o promoción de remates de martilleros, se lanzaban al cielo pacíficas bombas de
estruendo desde cilíndricos morteros
con rampas de lanzamiento en tierra. Ubicado
yo a la distancia del estallido, primero
veía en el cielo el humo explosivo…y al instante, no en
simultaneidad, se escuchaba la sonoridad posterior de la bomba explotada.
Era aquello una constatación de que la luz ,
vehículo de imágenes, era mucho más veloz
que el sonido vibrador. En la escuela y en el Liceo ya me lo habían
enseñado teóricamente. En la técnica
publicitaria de los Rematadores lo entendí más claro.
De ese
fenómeno de naturaleza física, también la
Vida me demostró que hay hechos de un mismo tenor en sucesos psíquicos personales con
componentes de pulsiones que no van
en “simultaneidad” sino que, por el contrario, se desajustan en asimetrías temporales.
El viernes en la
noche París no fue nada una fiesta, hubo sangre masacrada por un atentado estremecedor con más de un centenar y medio de muertos. Por ahora.
Primero sentí dolor
instintivo y solidario, fenomenología de la existencia desde la esfera
emocional y sentimental de las personas. Después advino, tardía pero inmedible el rezago, mi parte
apolínea, mi racionalidad. ¿Por qué, me pregunté? ¿Por qué ocurrió el crimen?
Esa pregunta, esa requisitoria
a mi afán inquisidor no fue solo mío. En las redes y en los medios fue análogo
a miles, a millones de personas.
Todos ( o casi) vieron
primero la luz del estallido y se expresaron en la lumínica solidaridad de las palabras,
cargadas en general con grados de
semióticas fraternas y
gestos fúnebres de velatorios, banderas
izadas a media asta de la tricolor marsellesca
como cambios en el perfil individual de las redes sociales, insertado en cada rostro un pabellon de la France parmi les dernières etoiles....
No obstante los
“sonidos” interpretativos del macabro acontecimiento ya no han sido tan
unánimes, pues ha aparecido la terrible palabra de nuestro idioma, el “Pero”…que anuncia siempre
discrepancias o dialécticas de lo que no
se ve con simetrías sino con desajustes comparativos.
Los mas diversos. Se decía, sintetizando :
-Sì, pobres los muertos de París, PERO
pobres también los muertos por
bombas francesas en el Medio Oriente”.
El abanico
posterior de los opinantes se abría en un receptáculo enorme de siglos y siglos de Historia, portante
el memorioso depósito de una inagotable pluralidad de visiones políticas,
sociales, religiosas, económicas,
castrenses, técnicas, artísticas y todos
los etcéteras de la vida humana cuando se hace antropología filosófica de las civilizaciones.
No obstante en esa diversificación
tan escurridiza y expandida, había un
elemento unificador de tan extrema
heterogeneidad que le daba al contencioso
un inexcusable punto común que
atrapaba. Se estaba hablando del MAL. Mencionándolo o no. Definiéndolo o no.
Mostrando su parto y su crecimiento o no dentro de la especie de los bípedos
que somos . Asignándoselo a unos o a otros.
Yo estoy aun en
eso, buscando encontrar mas sólidamente la etiología de los
maleficios.
Ya el español Pio Moas, un liberal de mucho recibo en los círculos europeos, nos dice como hontanar de fresca y sabia
reflexión, que “la
capacidad de localizar el mal explica comportamientos”,
agregando el siguiente memorable pasaje:
-“ Pero el bien y el mal constituyen el tormento
de la vida, dada la dificultad de localizarlos, la imposibilidad de prever con
amplitud y precisión la consecuencia de nuestros actos, la frecuencia con que
el bien se transforma en mal y viceversa. La religión cristiana y otras
atribuyen el mal a la propia naturaleza humana (el pecado original), por lo que
nadie estaría libre de él, libre de culpa, en mayor o menor proporción. Pero
las ideologías, en especial las ateas ciencistas, suponen haber superado esa
presunción: ellas son capaces de localizar las fuentes del mal, y, por tanto,
permiten secarlas. Consiguen cumplir, por fin, la promesa de Satán: dominaréis
la ciencia del bien y del mal, y seréis como dioses. El marxismo localiza el
mal en la burguesía; el nazismo en los judíos, por ejemplo. Por fin se hace
posible aplastar definitivamente el mal en sus portadores, y la historia humana
se abre a nuevos y prodigiosos horizontes.”
En el Uruguay el mal se localizó, acertado,
aunque parcialmente por miopía restrictiva del faltante enfoque holístico, en
el autoritarismo arbitrario y
criminal de la Dictadura castrense durante una docena de años oscuros, 1973 a
1984, consecuencia de pretéritas patologías socio-económicas. Cayó la dictadura,
pero dejó vivo un entrevero conceptual:confundir autoritarismo con autoridad. Aquel es delictivo.
Esta es necesaria para salvaguardar el pacto social civilizatorio como actitud
cautelar, protectora y ejemplarizante.
La síntesis que logra Moas es una hipótesis
indicativa que ayuda a comprender muchas emergencias, quizás sabidas por intuición,
provistas por los hechos y, finalmente, jerarquizadas como contenido de la
Historia a insertar en la autoestima de los vencedores y en las lágrimas de los
perdedores. Dice el español:
-“Si hemos de buscar una causa del extraordinario
poder de sugestión de esas ideologías, creo que lo encontraremos en esa
capacidad para identificar y localizar el mal. Hazaña, por así llamarla, que
libera de la culpa, proporciona un enorme descanso moral y aporta una sensación
de poder muy satisfactoria”.
La conocida intelectual judía Anna Arendt incubó por 1961 en su libro “Eichamann en
Jerusalen” una apreciacion sorprendente al referirse al mal como una ”banalidad
“ que desató criticas innúmeras pero que en el tiempo se ha entendido
mejor por dónde iba el pensamiento de la
intelectual. A la par que dejaba un mensaje pues todos podemos ser potencialmente el
genocida germano capturado por un comando en la Argentina , juzgado y ajusticiado en Israel tras juicio.
Afirma Arendt que Eichamann no exhibía las cartcterisiticas
de un perverso, de un enfermo sádico.Era un burócrata que prolijamente cumplìa las órdenes recibidas, sin resentimiento ni pasión. Hacía.
No más.Luego, en su hogar, se mostraba como padre afectuoso y abuelo cariñoso.Sin
mochilas de pesar ni remordimientos vademecum.
-“ Fue como
si en aquellos últimos minutos Eichmann resumiera la lección que su larga
carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que
las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.”
Y de aquí
vienen las advertencias de la escritora.
Cuántos,
ajenizados , plenos de “banalidad”, burócratas
de unas circunstancias impuestas
más allá de nosotros, podemos llegar a ser potencialmente nuevos “Eichamann”, casi sin darnos
cuenta al haber alcanzado el trance –claro que muy controversial todo- de que
actuábamos normalmente?
Por eso Anna
aboga para estar preparados y apreciar con
lucidez nuestros y evitar que
ello ocurra.