Mi anacahuita sustituta del querido cedro del Himalaya...que ya no está...
¡Qué hermosa crece mi anacahuita! La planté el año pasado.Era apenas ramita de un anémico tallito.Sin dientes, brazos ni mandíbulas se acomodó en el pozo edáfico del nuevo hogar y tomó del subsuelo de canterilla su alimento .Desde arriba el sol y la lluvia también la bendijeron.Quitecita, las raíces del sostén la inmovilizan en el predio de Espinosa y Don Bosco.
Espera recién la adolescencia.
Vino a cumplir - quizás obligada- misión solidaria con los hombres: dar sombra que allí estuvo tres años atrás un enorme cedro deodora, de la variedad del Himalaya;
más de quince metros de porte; y treinta años de vida .
Un recordado y feroz huracán lo derribó en un instante cuando un habitual febrero mercedario, de esos terribles de baja presión y humedades sofocantes que
atacan negruzcos de improviso desde los cielos
buscando anclar en la tierra. Destrozan lo que más
puedan en su furia eólíca...y vuelven a constatar daños
al año iguiente en la misma fecha .Son como las murgas
de ese mes de Febo Apolo pues cantan en su rugir
silvestre de la Despedida :Volveremos ...volveremos!
Pero ahora me impotra el anacahuita.Va subiendo mi arbolito pródigo y precoz.Ya es un paraguas. Me devuelve un favor que, sin exgirlo, sí lo desée. Lo extraje a pala
pocera de entre sus hermanos que todos juntos al pie de
la madre fertilísima sucumbirían por falta de espacio
vital. Paga con alto crédito, olvidando su cruel ostracismo
arbóreo familiar sin afanes de venganzas.¡Gracias, mi
anacahuita!
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