viernes, 9 de enero de 2009

A Dios Orando y con el Mazo Dando.


Vivo en el paraíso.No en el centro.Tal vez en la tranquila periferia, pero ya es suficiente para que no sepa que son los tsunamis,sismos, hambrunas e inundaciones(Oh!, la actual sequía!). Los Jinetes del Apocalipsis hace tiempo que dejaron de cabalgar por mi país. Si uno pone oído a tierra, seguramente que tampoco escuchará el pérfido temblor de sus cascos que andan rumbeando por otros lares con infame guadaña junto a la brida.
Solo advierto lo que me traen al instante crucial los electrones digitales de última generación, aunque sin saber quién es el titiritero programador que diseña los cruentos anuncios bélicos, bien amparado yo en la distancia, mansamente preocupado si se jugará la final futbolística del Apertura del año anterior, y cuáles serán los titulares unigénitos de los blancos y colorados a la Presidencia de la República que los del Frente serán cuatro o cinco para el 2010. Temitas menores, ante la magnificencia dolorosa del Oriente Próximo en llamas y lágrimas.
El Árbol de la Vida y del Conocimiento está plantado en el corazón del Edén. Por eso apenas llegan a mi paisaje ambiental, si el viento es favorable, algunos tenues aromas de sus frutos. Es mayor, mucho más, en tanto, mi ignorancia forestal sobre la sabia que lo nutre. Y en la mayoría de las veces, confundo sus fragancias de origen con las que emanan de otros árboles que no son principales en la quinta.
Son perfumes que están sonando a cuentos reales y tergiversados según el compromiso del comentarista circunstancial y contingente, como decía intuitivo y genial León Felipe desde su lucidez poética y política. Pero es difícil diferenciar entre lo vero y lo bon trovato, la gran duda de Ludovico, casi tan grande como la de Hamlet.
Tengo aprensiones de juzgar. Intento comprender. Cuando pretendo justificar, las razones se me escapan y se distribuyen azoradas entre dos nidos, ambos con pichones heridos y lastimados en un cielo de bombas y de sangrías irreversibles.
Sé que los combatientes de ambos bandos son todos semitas, por taxonomía de la lengua que habló Sem en tiempos inmemoriales.
Que descienden de Abraham, el patriarca de Ur en el Sinear, semental bípedo que tuvo muchos hijos, entre otros a Israel, con progenies instaladas en Palestina. Y también a Ismael, con progenies instaladas en esa misma conflictiva Palestina, queriendo los medio hermanos por igual a Jerusalen, etimológicamente la “ciudad de la paz”, vientre urbano de guerras y discordias.
Que todos creyeron en un mismo Dios único de nomenclatura distinta y espíritu común, llamado Jahvé, Dios Padre o Alá, según se lea la Torá , el Nuevo Testamento o el Corán.
Que los profetas adoradores primigenios son abrahámicos por unanimidad, hayan nacido en el Egipto faraónico de Ramsés II como Moisés, en Belén como Jesús, o en Medina como Mahoma, según un orden cronológico.
Sé que sionismo es un concepto político consistente en bregar por la fundación y conservación de un Estado Judío en Palestina, concretado en principio por la llamada Partición de 1947 con el reconocimiento de la ONU. Que se diversificó en ramas, tan afín la división de albedríos a todos los constructos políticos de cualquier lugar de la Tierra.
Sé que es el antisemitismo, término a corregir pues son semitas los árabes y los palestinos y no se les incluye en el abordaje. Lo que históricamente ha existido –al margen de razones y sinrazones-es una judeofobia.
Sé que es el fanatismo fundamentalista, tan propio, seguramente, a una falla genética de la especie humana, desposeída de la gracia absoluta terrenal.
No sé tantas cosas que generan y motivan odios y barbaries inmisericordes de quienes, amando a Dios, calzan el mazo aleve; y de quienes, igualmente, en su proclamado humanismo laico, se deshumanizan, descargando de a bordo las filantropías mínimas.

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